VIGILANCIA TECNOLÓGICA

El dron: un dispositivo clave para una agricultura más sostenible

Los tratamientos aéreos permiten nuevas posibilidades en torno al control del cultivo en cualquier fase de desarrollo, independientemente de las condiciones del terreno. Para su uso es necesario cumplir con la normativa aeronáutica, además de los permisos excepcionales pertinentes para la aplicación de productos fitosanitarios.

El uso de dron para la aplicación de bioestimulantes es cada vez más común en España debido a las posibilidades que ofrece. Estos dispositivos rompen las barreras físicas al poder aplicar tratamientos en cualquier momento del cultivo, sin suponer un sobrecoste frente a los métodos tradicionales. En definitiva, los drones tienen un futuro prometedor en la agricultura, cada vez más amplio debido a la irrupción de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, a través de mapas de aplicación variable por algoritmo, entre otras. A pesar de ello, también existen limitaciones legales que por el momento ralentizan el desarrollo de todo su potencial.

¿Qué es necesario para aplicar bioestimulantes y otras sustancias a un cultivo con dron?

A nivel legal, en el uso de dron para la aplicación de tratamientos en el campo tienen que estar divididas la parte aeronáutica de la parte de aplicación de determinadas sustancias. “En la primera de ellas, el primer requisito para cualquier persona o empresa que desee hacer una aplicación con dron, tendrá que tener primero el título de piloto de dron con todas sus versiones A1-A3 y A2, en el cual, para este último es necesario acudir a una escuela ATO (Organizaciones de Formación Aprobadas) y conseguir una certificación práctica. Luego, están las certificaciones para escenarios estándar que son aquellos que AESA (Agencia Estatal de Seguridad Aérea) ha denominado STS-01 y STS-02, diferenciados por los escenarios en los que poder volar. Además, están los espacios CTR, que quedan dentro del control de aeropuertos, dónde tienes que solicitar permisos a AESA y disponer de titulación de radiofonista. A estos requisitos habría que añadir la certificación de piloto aplicador de fitosanitarios que mezcla una parte teórica de formación a distancia y otra parte práctica presencial, de la cual hay que examinarse”, señala el CEO de Fitodron Ibérica, Juan José Martí.

Teniendo todo esto como piloto, hay que disponer de una operadora de vuelo que estará a nombre de una persona física o una sociedad, y esa operadora de vuelo tiene que tener los manuales de operaciones y estudios de seguridad de la categoría en la que se quiera trabajar. “Por ejemplo, para volar drones de hasta 25 kg tengo un manual de operaciones y un estudio de seguridad (SORA) concreto, y para utilizar el de más de 25 kg, con el que trabajo habitualmente es necesario otro manual de operaciones y otro estudio de seguridad (SORA) específico para esa aeronave, y un certificado especial de AESA con el cuál me autorizan a volar esa aeronave. Es decir, hasta 25 kg hay cierta facilidad para poder trabajar de manera estándar, pero desde que superamos ese peso te tienen que autorizar para cada aeronave en concreto, para cada modelo de aeronave en concreto”, ejemplifica.

En cuanto a los permisos necesarios para la aplicación de determinadas sustancias, en el caso de los bioestimulantes, “cualquier empresa que ofrezca un servicio de aplicación con dron a terceros -epígrafe 0161-, como es mi caso, que somos una empresa de servicios a terceros en agricultura, me tengo que dar de alta en el ROPO (Registro oficial de productores y operadores de medios de defensa fitosanitaria ), y con ese permiso, con esa autorización, y con el correspondiente número de registro puedo hacer cualquier aplicación de fertilización, abono CE, bioestimulante, gránulos, semillas, etc. a través del dron, sin tener que pedir ningún permiso al Departamento de Sanidad Vegetal de mi comunidad”, detalla Martí.

“Solamente en el caso de que yo quiera hacer una aplicación con dron de fitosanitarios tendré que hacer un plan de aplicación aérea, que ahí sí que sería un trabajo que el Ministerio de Agricultura te tiene que autorizar a ello, pero para la aplicación de bioestimulantes, concretamente, las empresas de servicios a terceros no tenemos que solicitar ninguna autorización”, apunta.

En este caso están asistidos por un técnico de campo, el ingeniero agrónomo Toni Bonafont, para ajustar los tratamientos a las necesidades del cultivo en cada momento. Aun así, en el caso de los bioestimulantes se aplican dosis a ultrabajo volumen, “por el cual, un estándar son 16 litros de caldo por hectárea”, detalla Juan José Martí. Los precios por hectárea aún no están completamente regulados, “por lo que las tarifas están emparejadas al coste de aplicación tradicional, con tractor, y varía en función de la comunidad, el tipo de parcelación, terreno, etc.”, amplía.

Cultivos, limitaciones y ventajas de estas aplicaciones

Aunque cualquier cultivo es susceptible de ser tratado de esta manera, “lo primero que debes saber es el tratamiento concreto que se necesita, y saber si las características de esa aplicación se pueden ajustar a lo que el dron ofrece, esto es, si tienes que aplicar una determinada sustancia mojando mucho el cultivo, teniendo que aplicar 200 o 400 litros por hectárea, el dron no se adapta, ya sea por la propia capacidad (que tiene un máximo de 25-30 l) o porque con la aplicación aérea no llega a mojar tanto como es necesario”, explica el técnico superior en Gestión Forestal, en Salud Ambiental, y socio-gerente de Niufly, David Blanco.

Igualmente, teniendo en cuenta esta limitación, hay una serie de cultivos que son más propensos a recibir tratamientos con dron al tratarse de masas continuas y ciertamente homogéneas. “El cereal es el primer ejemplo de ellos, y luego muchos de los cultivos a nivel hortícola, desde patatas a sandía, cebolla, tomate, etc., y después, lo mismo en leñosos: viñedo, olivo, almendro, etc., e incluso cítricos”, enumera Blanco.

Las aplicaciones con dron aportan grandes ventajas tanto a nivel agronómico como a nivel físico. “La primera de ellas, agronómicamente hablando, es que no pisas el suelo. Cuando pasas con maquinaria pesada estás apelmazando el suelo frenando o evitando el crecimiento radicular de las plantas. Además, la clave de no pisar el suelo implica que no se transportan patógenos de una parcela a otra, es decir, si en una superficie hay partículas o microorganismos nocivos sobre el suelo o las plantas, con el dron no entras en contacto con ellas y no las dejas en otro terreno”, señala David Blanco.

Por otra parte, a nivel físico, “hay zonas de difícil acceso, o cultivos que ya están demasiado desarrollados y que no permiten el acceso. Por ejemplo, en Galicia hubo ciertas carencias en el maíz en un punto que ya había pasado la floración, por lo que no se podía acceder a él a no ser que fuera con un dron. Otro ejemplo de esta ventaja fue durante las inundaciones de los terrenos de patata en Xinzo de Limia, que si no fuera por la limitación en torno al uso de fitosanitarios, el único medio que podía aplicar tratamientos era el dron”, apunta.

Del mismo modo, a pesar de las ventajas existentes, hay una importante limitación en la que ya se está trabajando, que es el apartado legal. “En este caso, la ley está por detrás de la tecnología puesto que la aplicación de fitosanitarios con dron se rige por el Real Decreto 1311/2012, y hoy en día estos drones no tienen nada que ver con una avioneta que aplica un insecticida a 120 km/h con el riesgo de esparcirlo a zonas fuera de control. Los drones tienen una gran precisión, se aplica a 2- 3 metros del cultivo, además de que ya vienen equipados con inteligencia artificial y tecnología LIDAR que permite un análisis del terreno y una delimitación del radio de acción. De este modo, vemos la necesidad de una actualización de la normativa sobre la aplicación de fitosanitarios”, concluye el técnico.

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